jueves, 4 de octubre de 2012
Ecos de la Sierra.
Llega el verano a sus últimas páginas y cuando la tierra comienza a otoñar con las primeras lluvias, cambia el ritmo de la sierra. Un olor especial nos dice que la naturaleza, la vida, el universo, se reencuentran con el joyel de sus mejores usanzas. Se atemperan todos los pulsos que acarician privilegiadas consonancias. De repente el lienzo atesora otros colores y matices; enaltece la imagen de las longevas encinas, que reinan sobre los montes junto a las manchas de robles, quejigos, alcornoques, y una extensa nómina vegetal, donde sobresalen el pino y la jara pringosa, o el madroño, el mirto o el lentisco.
El parque natural Sierra de Andújar vuelve a encontrarse con su mejor esplendor y lo vocea. Se siente vivo. Es cuando aquí y allá, en los claros de las dehesas, o entre las peñas emboscadas de las lomas, los ciervos labran su claridad astral y con sus imponentes bramidos ebrios de testosterona, buscan el contrincante para reclamar su supremacía, y, atraer a las hembras con los galones del triunfador. Es la berrea. El eco de los bufidos exaltados y de los topetazos de las cuernas llena el aire desde La Lisedilla a Puerto Bajo, desde Valdelagrana al Risquillo, desde Navalasno a Lugar Nuevo. Sobrecoge el espectáculo a quien lo contempla, o simplemente escucha, especialmente en los amaneces y a la caída de la tarde. Es la ley de la naturaleza en su máximo exponente, la fuerza de la supervivencia, la lucha por ser el más fuerte, el más válido, para poder poseer el harén de hembras, y asegurar la mejor continuidad de una especie.
Los combates son interminables pero incruentos. Se elevan los cuellos acelerados, las cuernas se golpean sin descanso y se enredan entre sí, llegando en ocasiones a anudarse definitivamente llevando a los combatientes a la expiración. Un macho desafía a otro que está rodeado de su serrallo de hembras. El retador se acerca, como pidiendo permiso, como asumidor de unas reglas genéticas labradas por los siglos. Intercambian bramidos que a veces por extenuación enronquecen, luego andan nerviosamente los dos en paralelo hasta que uno se vuelve y baja las astas. En la berrea, tras varios días de idas y venidas, de luchas agotadoras, los machos ganadores cubrirán al mayor número de hembras, que tras ocho meses de gestación abrirán un nuevo ciclo cervuno. Las aguas del poderoso Jándula, del Yeguas y del Val-mayor, del Sardinillas y la Cabrera, reflejan las escenas con su cristalina tinta, y, confirman una vez más, el ciclo de la vida en estos privilegiados parajes de Sierra Morena.
El lince y el águila imperial son ahora actores secundarios, como el buitre negro, con su sosegado planeo. Mientras, el lobo en sus altos oteros junto a los primitivos refugios neolíticos que ya el hombre habitó por estos pagos, amplía el relato y nos cuenta con sus aullidos el trasiego turbador de la vida, y sus contradictorias filosofías. Es otoño en la Sierra de Andújar y se trasmina el pulso grandioso de la vida.
By.- A,A Fuente.- Alfredo Ybarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario