sábado, 8 de diciembre de 2012

Sine Labe Concepta.



    En medio del tiempo de Adviento siempre nos encontramos con la celebración de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María; una fiesta que no desdice en absoluto del clima de Adviento; pues estamos esperando la venida del Hijo de Dios, y Él va a ser el protagonista de nuestra fe y de nuestras alabanzas, pero, a la par, recordamos que Dios puso junto a Cristo a su Madre, la que le esperó, la que le dio a luz, la que le mostró a los demás.

Por eso que esta fiesta no es un paréntesis en el Adviento, sino que, al contrario, es la fiesta del comienzo absoluto, porque en la Madre empieza a realizarse el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo.

Y en este Año de la Fe en el que nos encontramos, la fiesta de la Inmaculada nos pone cara a cara ante la fe de María. Una mujer que creyó en el anuncio del Ángel y que, diciendo “Hágase en mi según tu palabra”, se confió totalmente en las manos de Dios. “Dichosa tú que has creído” le dirá más tarde su prima Isabel. Dichosa tú, le decimos nosotros. Bendita tú eres entre todas las mujeres.

Hoy, tras haber escuchado un año más la palabra de Dios que nos muestra dos caras tan opuestas, como el pecado de Eva en el libro del Génesis y el “sí” de María en la Anunciación, nos alegramos con razón de cómo Dios actuó con la Virgen María, llenándola de su gracia y preparándola para ser la Madre del Mesías. De que la eligiera a ella para hacerse Dios-con-nosotros y todos fuéramos bendecidos.

Pero Dios no se ha fijado sólo en María, sino que también se ha fijado en todos nosotros, tal y como lo hemos escuchado en la segunda lectura, que nos ha dicho que  Dios “nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor”. Que bonito, verdad. Dios nos ha escogido desde siempre. Somos fruto de su amor. Y desde siempre ha pensado en nosotros y nunca nos abandona; y no sólo eso, sino que quiere que seamos santos e irreprochables.

Por eso que tenemos que pedirle hoy a María, la llena de gracia y de santidad que nos acompañe y nos lleve hasta Cristo, pidiéndole también que nosotros, pobres pecadores, sepamos imitarla; pues Ella es extraordinariamente única, la criatura más bella de la creación después de la naturaleza humana de Cristo; pero también es la criatura más bondadosa, más humilde, más comprensiva, más generosa, más fiel, más asequible...

Tenemos que pedirle que nos haga fuertes en la fe. Ella se fió de Dios, creyó totalmente en Él. Se arriesgó a decir aquel “Hágase en mi según tu palabra” sin pensar en las consecuencias que podría tener… Nosotros necesitamos mirar a María para fiarnos de Dios, para decirle “sí” cada día, que es algo que a todos nos cuesta. Necesitamos mirar a María para creer en su palabra, para vivirla en el día a día de nuestra vida, luchando contra todo aquello que nos separa de Dios, es decir, luchando contra el pecado.

Nosotros, evidentemente, no aspiramos al privilegio de María desde la concepción. Pero sí que pedimos participar en la lucha contra el mal, que sigue abierta a pesar de la victoria radical de Cristo. Cuando pasamos a comulgar, o rezamos, es fácil decir “amén”; pero es bastante más difícil decir “amén” en los diversos momentos, también los difíciles y oscuros, de nuestra vida.

Por eso, con confianza, acudimos hoy, cada uno de nosotros, sintiéndonos miembros de la Iglesia, desde nuestro corazón, a la ayuda de la Virgen María, entregándole nuestra vida y nuestro ser.

Bendita sea tu pureza,

y eternamente lo sea,

pues todo un Dios se recrea,

en tan graciosa belleza.

A ti, celestial princesa,

Virgen Sagrada María,

yo te ofrezco en este día,

alma, vida y corazón.

Mírame con compasión,

no me dejes, Madre mía.

By.- R,C


No hay comentarios:

Publicar un comentario