Los que hemos estado alguna vez en Roma, recordamos sin duda la iglesia de Santa María de los mártires, conocida también como el Panteón. Este templo había sido construido en honor de todos los dioses. Pero en el siglo VII, se lo regalaron al Papa Bonifacio IV, que lo convirtió en una iglesia dedicada a la memoria de todos los que habían derramado su sangre por dar testimonio de Cristo. Con ese motivo, se instituyó oficialmente la fiesta de Todos los Santos que hoy celebramos, en la que recordamos a esa muchedumbre inmensa de toda raza, lengua, pueblo y nación; es decir, la fiesta en la que recordamos a todos aquellos que ya están en el cielo.
Y todos los años proclamamos en este día el mismo texto del Evangelio: las bienaventuranzas. En cierto modo, podemos decir que la fiesta de Todos los Santos es la encarnación de las bienaventuranzas, porque los santos nos demuestran como el Evangelio de Jesús no es un ideal que no se pueda alcanzar, sino que es una realidad vivida en el corazón de todos aquellos que supieron amar a Dios y a los demás.
Claro que las bienaventuranzas son difíciles de cumplir. Para que vamos a negarlo. Sería negar una evidencia. Pero que sean difíciles de cumplir, no quiere decir, ni mucho menos, que sean imposibles de llevar a cabo. Lo que pasa es que cuesta llevarlas a cabo. Pero la vida cristiana es también un superarse día a día. Superarse con la ayuda de la gracia de Dios, porque recordemos que, sin la ayuda de Dios, no podemos hacer nada.
Por eso no debemos asustarnos cuando Jesús nos dice que los pobres pueden ser dichosos. ¿Cómo es posible? Nos podemos preguntar. Cuando nosotros estamos con el afán de tener y tener… Pues ahí tenemos a un San Francisco de Asís, y a tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia han renunciado a sus bienes y han vivido el misterio de Dios como su auténtico bien. Desde luego, en esta época de crisis de todo tipo, tanto económica como de valores, San Francisco de Asís es un buen ejemplo a seguir, de vida de desprendimiento y de confianza en Dios.
Luego también Jesús nos dice: “dichosos los mansos”… ¿Quiénes son los mansos? Pues los mansos son los humildes, los que no quieren estar por encima de los demás, los que no se enfadan con nadie… Son esas personas tremendamente comprensivas, los que ven el lado bueno de las cosas… ¡Cuántos ejemplos de personas mansas tenemos! San Juan de la Cruz, por ejemplo, y tantas y tantas personas que hemos conocido, gente buena, humilde y sencilla cuya vida no necesita pedestales….
Otra bienaventuranza que nos llama siempre poderosamente la atención: “Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados”… A ninguno nos gusta llorar de amargura, es verdad, pero cuántas personas han llorado por otras, como Santa Mónica por su hijo San Agustín, como tantas madres por sus hijos descarriados, como tantas personas que no se han sentido queridas ni comprendidas en el mundo más que por Dios, al que han tenido como un compañero que siempre reconforta y está silenciosamente al lado de uno…
¡Qué decir también de la misericordia! “Dichosos los misericordiosos”… Los misericordiosos se parecen mucho a Dios, que es compasivo y misericordioso; saben volcar totalmente su corazón sobre la miseria ajena, compartiendo su dolor. Ahí tenemos a la Madre Teresa de Calcuta y a tantos que ofrecen su tiempo y su vida a los necesitados….
Luego también los limpios de corazón…. ¡Y qué poco de moda está la castidad, la pureza hoy día! Pero ahí tenemos a un San Luis Gonzaga, una Santa Teresa, una María Goretti…. Jóvenes y otros no tan jóvenes que nos muestran claramente cómo vivir la sexualidad sanamente y de la forma querida por Dios es posible y no es algo trasnochado.
Y qué decir de esa bienaventuranza en la que dice que son dichosos los que son perseguidos por causa del Reino de los cielos: ¡Cuántos mártires ha dado la historia!¡Cuántos cristianos hoy sí siguen siendo masacrados simplemente por ser cristianos, mientras que otros hacen ojos ciegos y oídos sordos!¡Cuántas burlas y heridas en el corazón sentimos los creyentes en Cristo cuando vemos que se meten con la Iglesia y con nuestra fe en los medios de comunicación, en la radio, en la televisión, en las revistas…! Cuándo tenemos la sensación que se ríen de nosotros por ser cristianos, por ser creyentes, estemos alegres, felices por dentro, porque Jesús nos está llamando también bienaventurados.
Y como os decía al principio, la fiesta de Todos los Santos tiene su origen en la dedicación en Roma de la iglesia de santa María de los mártires, que se traduce también como “Santa María de los testigos”. Qué ella, Madre de Dios y Reina de todos los Santos, nos ayude a ser testigos de Cristo, para que llevemos una vida cristiana de verdad en este mundo, y un día, junto con todos nuestros hermanos que ya gozan de la gloria de Dios en el cielo, podamos alegrarnos de la eterna bienaventuranza.
By.- R,C Director espiritual de al sonar de una campanilla.
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