Si en cada celebración de la Eucaristía adoramos la presencia real de Jesús en el Sacramento del Pan y del Vino, en el Sacramento de la unidad y de la fraternidad, con mayor razón lo hacemos hoy, pues hoy celebramos uno de esos días que relucen como el sol, y destacamos con una mayor solemnidad la presencia real de Jesucristo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en el que Cristo Jesús, el Señor, sacia el hambre y la sed de nuestras almas bajo los signos sacramentales del Pan y del Vino, en los que Jesús nos dejó el memorial de su pasión.
Hoy es un día para adorar al Señor. Nuestras calles y plazas se engalanan para recibir al mejor de los visitantes. Los niños volverán a ser hoy los protagonistas, alfombrando con flores el paso de Jesús sacramentado. El olor del incienso junto con el de los pétalos de las rosas perfumará la vía pública y el interior de los templos, acompañado al canto devoto del pueblo que aclamará “Dios está aquí, venid, adorémosle”.
Pero cuando acabe esta fiesta, y mañana volvamos a la realidad de la vida, será el momento de preguntarnos en nuestro interior si hemos sido capaces de celebrar de verdad el Corpus Christi. ¿Por qué? Pues porque esta fiesta nos tiene que mover en nuestro interior a adorar continuamente a Dios, a tributarle un culto sincero desde lo más profundo de nuestro corazón. A reconocer, como hacían los primeros cristianos, que sin la Eucaristía, no podemos vivir.
Y eso es algo que Jesús nos ha dejado muy bien marcado hoy en el evangelio: “Si no coméis la Carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros.” Son palabras duras, y para muchos, hoy siguen siendo inaceptables. Pero podemos decir que hoy Jesús ha tirado a dar.
Y digo que para muchos hoy son inaceptables porque El Señor nos está diciendo bien claro que si queremos ser buenos cristianos tenemos que ir a Misa y comulgar. Muchas personas dirán que no por ir a Misa se es mejor cristiano. Y que se consideran mejores cristianos que los que acuden cada domingo a la iglesia y pasan a comulgar. Pues bien. Hoy ha sido el mismo Jesucristo el que las desautoriza y les dice que están muy, pero que muy equivocadas. Jesús nos dice bien claro que si queremos ser buenos cristianos necesitamos comulgar. Si no, no tenemos vida interior en nosotros.
Por eso esta fiesta del Corpus tiene que despertar en nuestro interior la necesidad de Cristo. De participar en la Eucaristía, pero también de acercarnos al altar y de comulgar. Y todavía más si queremos que la Real Cofradía de nuestra excelsa Madre obtenga de la pertinente autoridad eclesiástica el anhelado título de “Sacramental”.
Hoy es el día en el que participa en la Misa de los domingos y festivos y nunca pasa a comulgar se pregunte… ¿Por qué no aceptas el gran regalo que Dios te hace? Alguno dirá “porque no me he confesado”. Pues eso tiene arreglo, confiésese y arreglado…. Otros dirán que no sabe por qué, o porque ha perdido la costumbre… Pues entonces que la vuelva a retomar. Otros porque acaba de tomaros algo y no ha pasado una hora… Pues caramba… que se lo tome después de Misa…
Hoy, cogidos de la mano de nuestra Santísima Madre, tenemos que tomar conciencia de que la Eucaristía es el centro de la vida cristiana, y que en la “fracción del Pan”, que es uno de los nombres que tiene la celebración de la Misa, debe suceder como cuando en la nos sentamos alrededor de la mesa y compartimos los mismos alimentos.
Así pues, hemos de salir de la Eucaristía encendidos de amor a nuestros hermanos. Hemos de pedirle al Señor Sacramentado, que es el mayor y mejor tesoro de la Santísima Virgen, que sepamos vencer nuestras rencillas personales, dejar atrás nuestros rencores, reconciliarnos de corazón con aquellos con los que tengamos algo pendiente… Si no luchamos por vencer esas discordias, no seremos auténticos cristianos ni verdaderos devotos de nuestra Madre.
Que Ella, María Santísima, la mayor y más auténtica custodia nos enseñe a arrodillarnos hoy, sin miedo, ante Jesús Sacramentado. Qué bonito sería una custodia con la forma de nuestra amadísima Madre mostrándonos al divino pastorcillo en el Augusto Sacramento.
Que Ella, humilde panadera del Divino Pan, nos dé coraje para que no nos dé vergüenza que vean que somos de Jesús, porque los que se puedan reír de nosotros o llamarnos trasnochados, el día que nos muramos, no nos van a sacar de la tumba o del tarro de las cenizas. Pero Jesús sí. Por eso, dejemos que en nuestro interior y en nuestras calles y templos vuelva a resonar, con fuerza y sinceridad: venid adoradores. Adoremos a Cristo Redentor.
By.- R,C
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