La fiesta de la Presentación del Señor, conocida popularmente como “La Candelaria”, es uno de esos momentos en los que, celebrando al Señor Jesús, celebramos también a su Santísima Madre, que siempre está a su sombra, pero cercana y presente en todos los momentos importantes de su vida.
Esta fiesta es un momento que nos invita a mirar al Señor como Luz del mundo. En el evangelio, cuando Santa María y San José presentan al Niño Jesús en el Templo de Jerusalén, el anciano Simeón que lo toma en brazos da gloria a Dios y describe al pequeño como “Luz para alumbrar a las naciones”.
¡Qué bonito! Jesús es la Luz que alumbra nuestras oscuridades. Y esa Luz que rompe la tiniebla la recordamos hoy con las candelas encendidas. Una pequeña llama, pero una llama que ilumina en la penumbra –qué bonitas son hoy las entradas procesionales cuando es de noche, con las iglesias con las luces apagadas-.
Pero que esta fiesta pase inadvertida, nos tiene que hacer pensar también en que la Luz de Cristo la tenemos que llevar al mundo con total normalidad. La Presentación del Señor fue algo “normal” para la Sagrada Familia. Cumplían con la obligación de presentar (u ofrecer) al primogénito al Señor y de purificar a la madre (cosa que no era necesaria, pues la Santísima Virgen María era toda Pura, pero a pesar de todo, cumplió con la ley, vivió la normalidad); llevaban la ofrenda de los pobres para rescatar al Niño... Todo normal.
Pero ahí, en medio de la normalidad… Irrumpieron los ancianos Simeón y Ana, proclamando a voz en grito las alabanzas al Niño Jesús.
Así es Dios en nuestra vida. Actúa en la normalidad. No tenemos que esperar acontecimientos extraordinarios, sino vivir día a día como cristianos. Y entonces será cuando el Señor nos sorprenda.
Y como decía al principio. Santa María está ahí, presente, cumpliendo las obligaciones de toda madre israelita. Y recibe esa profecía de lo que le espera: dolor. Dolor porque tendrá que pasar viendo morir a su Hijo, y eso será la espada que le atravesará el alma. Pero pensemos también cuántas espadas atraviesan el alma de la Santísima Virgen hoy día: nuestros empecinamientos en vivir a nuestro aire, al margen de la doctrina del Evangelio anunciada por la Iglesia; nuestro desentendernos tantas veces de las necesidades de los necesitados; nuestro decir que somos muy devotos de la Santísima Virgen y en cuanto hemos cerrado su imagen en la iglesia, pues hasta la próxima procesión… Cuántas espadas estamos clavando día a día, inconscientemente, en el alma de la Santísima Virgen.
Que al besar hoy el pie de la imagen del Divino Pastorcillo, tengamos la humildad de saber pedirle que llevemos una vida de luz, y que sepamos iluminar las tinieblas del mundo con la luminaria de la fe y del amor.
Pues que Ella nos ayude a que dejemos entrar la Luz del Evangelio en nuestros corazones, para que alumbrados por Jesucristo, Luz del mundo, vivamos en la claridad de su Divina presencia y procuremos su gloria en cada momento de nuestra vida.
By.- R,C Director espiritual
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