Ya volvió la Navidad y en esta noche de la Nochebuena, Noche Santa, los devotos de María Santísima de la Cabeza felicitamos a nuestra Señora, la Virgen María, por el nacimiento de su Divino Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el “Chocolatín Bendito” por medio del cual gustamos la dulzura del amor de Dios.
En esta noche, y a lo largo de estos días de Navidad, dirigiremos nuestras miradas hacia su sagrado camarín, que se convierte en un Portal de Belén, y como los pastores, adoraremos a su Hijo recién nacido postrándonos ante su presencia y, reconociéndolo presente en la Sagrada Eucaristía, que convertirá de nuevo la parroquia de San Francisco en Belén –casa del Pan-, nos arrodillaremos ante Él, admitiendo que la grandeza de Dios se manifiesta en la humildad y sencillez.
Y es que el que nació de la Virgen María en la primera Navidad, y que provocó que los ángeles cantaran “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”, viene de nuevo hoy al altar para fortalecernos en nuestro camino. Si creemos en lo que la Navidad significa y es, ya no podemos tolerar en nosotros una imagen de un Dios lejano, severo, quisquilloso, pues el Niño, Hijo de Dios, en brazos de María, en nuestros brazos, nos revela y habla de un Dios cercano, cordial, sonriente, misericordioso.
La Navidad es muy grande y siempre nos cautiva de nuevo. No es la simple fuerza de la costumbre, ni las luces ni los colorines, ni de las tradiciones como el árbol y los villancicos... Todo esto, que está muy bien, es el envoltorio de algo más profundo, y ese algo más profundo es la noticia que escuchamos en el evangelio: “Os traigo una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”, ya que “el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros”. Esta es la noticia que nos toca de lleno, y lo que la humanidad estuvo esperando durante siglos, anunciado constantemente por la boca de los santos profetas.
Ante esta grandeza de Dios, reflejada en la pobreza y la humildad del portal de Belén, sobra toda la parafernalia que a lo largo de los siglos hemos ido poniendo alrededor de la Navidad. Hoy tenemos que mirar a los ojos a nuestra Madre Morenita, y también a su santo esposo, san José, y pedirles que nos ayuden a no vaciar nunca la Navidad de su sentido; a que no dejemos de lado su valor primero y último, que es celebrar que Cristo ha nacido en nuestro mundo y se ha hecho uno de nosotros.
By.- R,C
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