En medio de este tiempo de Adviento, tiempo de preparación para la venida del Señor, celebramos, cada 8 de diciembre, llenos de alegría y de espíritu festivo, el recuerdo de aquella mujer que trajo al mundo la luz y la vida para todo hombre; aquella mujer en quien Dios fijó su mirada para abrir el camino de la salvación: la Santísima Virgen María.
Cada 8 de diciembre celebramos el misterio de su Inmaculada Concepción; es decir, celebramos que en María fue concebida sin el pecado original que a todos nos tiene heridos en el alma, además de celebrar también que en Ella el pecado no ha tenido lugar en ningún momento de su existencia; que Ella es la llena de gracia y bendita entre todas las mujeres. Y es que su Inmaculada Concepción es el primer signo de la llegada de Cristo, el primer signo del amor de Dios que se derrama con toda su potencia salvadora; el anuncio de que Dios realiza su proyecto salvador para la humanidad entera.
Hoy contemplamos a María Santísima vestida de azul, con la claridad del cielo limpio, raso, sin nubes y sin ningún signo de contaminación. Azul celeste –o azul Inmaculada-, que muestra cual limpia y bella es el alma de la Bienaventurada Madre de Dios, a quien el Señor se escogió desde toda la eternidad para nacer en nuestro mundo.
Pero también hemos de tener en cuenta que la bienaventurada Virgen María es la imagen radiante de lo que la Iglesia entera aspira a ser y un día será: la Esposa gloriosa del Señor, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada; vestida con un traje de triunfo, cubierta con túnica de victoria y enjoyada como una novia.
Y no podemos olvidar que la Inmaculada Virgen María es la patrona de España. España que es tierra de María Santísima, lugar especialmente escogido por Ella en el cual ha puesto su pequeño santuario. Hoy le pedimos a María Santísima que no deje de interceder por nuestra patria, para que en medio de los azotes que sufre la fe cristiana, Ella nos alcance a todos la perseverancia en la fe. No dudemos que, si la fe cristiana se conserva en España, es gracias a la intercesión de María, lugar en el que, misteriosamente, su devoción ha cuajado maravillosamente, como así lo demuestran los más de 4.500 santuarios y ermitas marianos que pueblan nuestra vieja piel de toro.
Pongamos, pues, hoy, una vez más, en sus manos, toda nuestra vida. Pongamos también las necesidades materiales y espirituales de nuestra nación, suplicándole que no nos deje ir a la deriva en medio de las tempestades que están afectando a nuestro mundo, y a nuestro país, sino que, como Celestial Capitana, mantenga firme el timón de nuestra vida, y permanezca como estrella que guía nuestros pasos en la oscuridad de la noche.
By.-R,C
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