Hace cuarenta días que celebrábamos el nacimiento del Señor. Hoy celebramos que Cristo fue presentado en el Templo por María y José para cumplir lo que mandaba la Ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente, al que vemos representado en la persona de los dos ancianos que nos muestra el evangelio, que son Simeón y Ana, dos personas que esperaban al Señor, y que lo descubrieron en aquel pequeño Niño que sus padres llevaban al Templo por primera vez.
Así pues, nos encontramos con San José y la Virgen que, como gente religiosa que son, cumplen con un doble precepto de la Ley de Moisés, que es la consagración del primer hijo a Dios y la Purificación de la Madre. Para ello se ofrecía el sacrificio de unos animales domésticos y al mismo tiempo la madre recibía una bendición purificatoria.
Pero esta escena, si nos fijamos bien, nos ofrece un momento espectacular. ¿Por qué? Pues porque el Templo de Jerusalén era el lugar más sagrado para los judíos. Y no debemos olvidar nunca que el pueblo judío es el pueblo de las promesas, el pueblo al que Dios prometió un Salvador. Por eso podemos decir que en esta escena se juntan el hambre y las ganas de comer; porque Jesús, que es el Templo vivo de Dios por excelencia, entra en el Templo material. Es decir, Dios entra, claramente hablando, en la que es, por excelencia, su Casa.
Pero esta entrada se produce con sencillez, con humildad. El que entra en el Templo de Jerusalén es el Señor, el Rey de la Gloria; pero su majestad y su grandeza se esconden en los brazos de María. Entra en el Templo silenciosamente –o a lo mejor soltando algún pequeño llanto, quien sabe-, perdido en la multitud, como un niño cualquiera… De esta forma, vemos una vez más como casi siempre Dios llega sin hacer apenas ruido.
¡Y aquí está el problema!¡En qué Dios nos habla en el silencio! Hoy día estamos tan acostumbrados al ruido que muchas veces el silencio se nos puede hacer algo pesado y hasta insoportable. Pero Dios está ahí, en el silencio, y además, silencioso, hablando muy bajito y sin hacer ruido.
Por eso que necesitamos tener una sensibilidad religiosa, como la tuvieron Simeón y Ana, que fueron los únicos que supieron reconocer a Jesús aquel día en el Templo; y no dejar que Jesús pase desapercibido ni en la liturgia, ni en la lectura de la Biblia, ni en los hermanos, ni en la vida de cada día… Porque Jesús es la Luz con mayúscula, la luz que ha venido a alumbrar a las naciones y a todos los hombres. El problema es que… sigue habiendo muchos que se empeñan en vivir a oscuras, con la luz apagada, y no quieren darle al interruptor de la fe. Y es que Jesús, como le dijo Simeón a la Virgen, sigue siendo hoy una bandera discutida, y ante Él, pues quedan claras las actitudes de muchos corazones, es decir, las personas nos mostramos realmente tal y como somos.
Pues que María, nuestra Virgen de la Cabeza, que lleva a su Hijo en brazos para ofrecérselo a Dios nos ayude a llevar a todos la luz de Cristo; esa luz que representan las candelas que, como la que porta hoy la bendita imagen de nuestra Morenita, llevaremos encendidas en las manos y que simbolizan que queremos vivir en la luz de Jesús que nos salva.
Llevemos, pues, a todos esa luz, porque nuestro mundo, ese mundo herido por la droga, la corrupción, el materialismo y la vida falta de sentido, ese mundo, necesita una salvación radical. Y nosotros sabemos que el Salvador es Jesucristo.
Nuestra candela es pequeña, pero simboliza la luz interior de nuestra vida. Que como hizo la Virgen, también nosotros pongamos un poco de luz en la vida de las personas, pero como Ella, sin meter ruido…, perdidos entre la gente…, viviendo en cristiano.
By.- R,C
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