Hola princesa, ya hace unos meses que nos dejaste. Por aquí todo sigue igual. Bueno, casi igual. Los “Cabezones” tenemos buenas noticias, seguro que tú te has movido por los despachos celestiales, ¿a que sí?
La verdad es que me siento delante del papel y no sé qué escribir, algo me impide hacer lo que quiero, siento una absoluta necesidad de decir, de expresar, de plasmar, de hablar contigo. Pasan por mi mente las ideas pero ninguna se queda. Es tan mayúsculo y noble al mismo tiempo lo que te quiero contar que no sé por dónde empezar, porque las palabras nunca alcanzan, cuando lo que hay que decir desborda el alma.
Echo la mirada hacia atrás, a un pasado no tan lejano y veo aquella niña que jugueteaba en el Llano, que salía de su casa de la mano sensible de su padre, que reía con las travesuras de su hermano, esa niña que derretía los brazos tiernos de su madre, la niña que tenía la ilusión de la brisa fresca de la mañana, la pequeña que a su paso iluminaba con su luz las frías noches de invierno Barribarteñas.
Aquella estrella chiquitita que se fue haciendo mujer entre nubes de algodón y sonrisas de colores, que susurraba al viento canciones de cuna. La jovencita de los sueños sin dueño, la que cantaba nanas a las estrellas, la niña que creció y se hizo mujer porque así está escrito y lo mandan las leyes del tiempo. La que en su visita diaria perdía la mirada en los ojos de su Virgen, dos Reinas fundidas en una mirada tierna, sincera y verdadera. Una, Reina por siempre en las alturas; otra, Reina en la tierra, cumpliendo el sueño de su vida, con lágrimas dulces de amor hacia su Morenita.
La chiquilla que pasó entre nosotros como una estrella fugaz, eclipsando a todas las demás. La jovencita risueña a la que los designios del destino colocaron en una lucha agotadora contra las adversidades del caminar diario, que nos enseñó que las cosas importantes de la vida, no son cosas, son momentos, emociones, lecciones y reminiscencias.
Una riada interminable de recuerdos y sensaciones, fruto del cariño y del afecto a tu familia, recuerdos y sensaciones que me impiden apartar la mirada de esa devoción profunda y verdadera hacia la madre que desde el cielo los guarda, la Virgen de la Cabeza. Evocaciones que me trasladan a un pasado en el que inevitablemente me encuentro con tu padre, gran persona y buen amigo, que nos dejó sin despedirse una tarde fría de un mes de febrero. Ya estáis los dos juntos, padre e hija, disfrutando eternamente de la presencia de tú Morenita. Desde allí nos enseñas que lo esencial, lo importante, no se puede ver, pero existe, nos enseñas a tener una mirada sabia que nos permite distinguir lo importante de lo accesorio, nos enseñas que aunque te fuiste, jamás nos dejaste, que nunca te marcharás por completo. Aunque ya no estés, tu esencia queda, tu voz se escucha, tu sonrisa se siente, serás eterna entre nosotros.
Este es el pequeño homenaje que te quiero dedicar; tú, Elvira, que desde el cielo, en el silencio de la noche, hablas a tu madre y a tu hermano y les dices que se imaginen que estás durmiendo y los visitarás con el alba, los abrazarás con el viento y cantarás para ellos en silencio.
Rute, tu barrio, tu familia, llora tu perdida, pero el cielo gana un Ángel. El recuerdo de tu sonrisa nunca se marchitará, siempre estará en la memoria de los que te conocieron.
Como el torero dijo al poeta, aquí nos quedamos como testigos de tu caminar, los que te conocimos y te quisimos te echaremos de menos por toda la eternidad. Tu Barribarto siempre te recordará. Hasta luego ¡PRECIOSA! ya iremos llegando, pero espéranos un rato más.
By.-Manuel Caballero Domínguez, Revista Morenita 2019.
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