sábado, 31 de octubre de 2020

Fieles Difuntos 2020.

 Como bien sabemos, el mes de noviembre, en nuestra cultura, es el mes dedicado a rezar de un modo especial por los fieles difuntos y reflexionar sobre esa realidad, cruel, pero que a todos nos ha de llegar, un momento u otro, que es la muerte.

Toda la liturgia de este mes nos invita a mirar hacia el más allá... Hacia el futuro y nuestro destino eterno. Y nos recuerda, unida a la naturaleza, que en este mundo estamos de paso.

Las tardes se van acortando... Las hojas de los árboles caen... Las flores y plantas que con tanto mimo hemos cuidado durante la primavera se van muriendo... Los huertos se secan.... Todo se adormece. Y nos recuerda que ninguno somos inmortales. Es más, este año, con la maldita pandemia que estamos sufriendo, la fragilidad del ser humano se hace más patente todavía...


Pero en medio de todo esto, sabemos que, tarde o temprano, la primavera volverá, y con ella la vida, la luz, el calor...

Y como cristianos, nos sostiene la fe en la vida eterna. Por eso hoy, y todo este mes de noviembre, es un tiempo para pensar en lo pasajero de nuestra vida, y hacer un acto de fe y esperanza, convencidos de que la muerte no es la última palabra.

Y es que para nosotros hay una palabra más fuerte que la muerte, y es la Palabra de Dios que, que es Palabra de Vida eterna. Es Palabra creadora de Vida. Es una Palabra que se hizo Carne en Jesucristo, cuya resurrección es la respuesta más evidente sobre la muerte y la gran piedra angular en la que se tiene que apoyar nuestra esperanza cristiana y nuestra seguridad en ese misterio de la vida tras la muerte, porque, no lo olvidemos, la vida eterna sigue siendo para nosotros un misterio.

Pero sin fe todo esto no tiene sentido. Por eso, es un tiempo propicio para pedir a Dios que fortalezca nuestra fe en la resurrección de la carne y en la vida eterna. Muchas filosofías e ideas que nos invaden nos hacen pensar en un más allá disoluto, circular, de reencarnación, aniquilación, disolución en el espacio.... No. No. Cristo nos enseña claramente que el deseo de Dios es que estemos eternamente con Él. Y Él ha venido a este mundo y ha muerto y resucitado para que podamos disfrutar de esa vida eterna.

Por eso, el recuerdo de nuestros hermanos difuntos nos ha de hacer pensar sobre la muerte, sobre el futuro que nos espera, sobre que tipo de vida estamos llevando en este mundo que nos haga merecer o no la vida eterna, la cual, al fin y al cabo, no deja de ser un regalo de Dios, a quien todos deberemos rendir cuentas, sin excepción y sin excusas ni ironías por nuestra parte.

Mirad, en estos momentos difíciles, el mundo está necesitado de hombres y de mujeres que crean firmemente en la vida eterna; en hombres y mujeres que crean firmemente en la vida eterna, de hombres y mujeres que le den un sentido de trascendencia, de profundidad y de espiritualidad a la vida, a la vida mortal del hombre sobre la tierra. Nosotros tenemos que ser esas personas. Y qué duda cabe que una manera de predicar en silencio nuestra fe en la vida que no acaba es vivir esta vida mortal con sentido de eternidad.

Pidamos a Santa María, la Virgen, que interceda por las almas de todos los difuntos, para que Dios los reciba en la claridad de su presencia y les dé la posesión de su reino; y para que un día nos reúna en el cielo a todos los que nos congrega una misma fe y una misma plegaria.
By.-R,C

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