Independientemente que a un servidor le guste o no que los niños llamen a su puerta la noche del 31 de octubre pidiéndole caramelos, lo que está claro es que la celebración exportada a nuestro suelo patrio de Halloween, no está para nada dentro de su ideario.
¿Por qué? Pues porque esa celebración se ha convertido en una banalización de algo tan delicado y trascendental como es la muerte y el destino eterno del alma de la persona, y promueve la curiosidad en no poca gente de querer curiosear en el terreno de querer abrir portales entre este mundo y el más allá, apoyándose en las tradiciones que rodean al día de Todos los Santos y a la celebración de los Fieles difuntos.
Empecemos por decir que Halloween tiene su origen en la celebración irlandesa del «samhain», final de la temporada de cosechas en la cultura celta y que venía a ser como la fiesta del «Año nuevo Celta», que comenzaba con la estación oscura, siendo así una fiesta de transición como de apertura al otro mundo. Era un día, o mejor dicho, una noche de comunión con los espíritus de los difuntos, que esa noche podían pasearse entre los vivos, lo cual hacía posible que la gente se reencontrase con sus antepasados muertos. Para tenerlos contentos y alejar a los malos espíritus de las casas, se dejaba comida fuera, tradición que derivó en el «truco o trato», que tanto les gusta a los niños, de ir pidiendo dulces por las casas.
También era costumbre, para ahuyentar a los malos espíritus, quienes también vagaban a sus anchas en esa noche, de vestirse como ellos, para evitar ser atacado por ellos y que te arrastraran a la oscuridad.
Y finalmente, otra costumbre era la de vaciar un nabo y ponerle una vela dentro. Luego ya se fue derivando en una calabaza. Esta costumbre de la calabaza no es exclusiva, puesto que en varios lugares, como por ejemplo en las montañas de España, se vaciaban calabazas, dándoles formas de calavera, y se les ponía una vela dentro. Sin embargo, el significado era otro. Cierto que también se creía que esa noche las almas en pena quedaban libres y vagaban por todas partes. Pero el significado de esa calavera con la vela consistía en iluminarlas, para enseñarles el camino que llevaba al cielo, y para recordar a todos que un día habíamos de morir, y que teníamos que prepararnos para ello.
Bueno... Sea de una forma u otra, vemos que nada tiene que ver con lo que se nos ha exportado de Estados Unidos. A Estados Unidos los emigrantes irlandeses llevaron sus costumbres, algo que ha ocurrido en todas las culturas con migrantes. Pero a partir de 1921 es cuando toma forma el actual Halloween, convirtiéndose en una noche de brujas, espectros y espíritus, que, como decía anteriormente, es lo más contrario y antagónico a la celebración cristiana de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos.
Y es que de algo tan inocente e inofensivo como puede parecer una simple fiesta de disfraces, se hace banalización de la muerte y del más allá. Los disfraces son de seres condenados a la eterna desdicha, como brujas, vampiros, fantasmas, condenados.... Y no te digo nada ya con el disfrazarse de diablo... Con ese individuo, mejor no tener tratos ni de lejos. Reputados exorcistas han afirmado que por culpa de estas fiestas de disfraces, se han hecho invocaciones al más allá –y no precisamente a Dios ni a los santos-, invocaciones que han tenido como resultado una posesión demoniaca en la que ha tenido que intervenir la Iglesia practicando el exorcismo para arreglar el entuerto.
Es triste que de un día que varias culturas han dedicado a honrar a sus difuntos, y la nuestra en concreto, a rezar por ellos, se esté convirtiendo en una fiesta de disfraces de terror, en la que cada vez menos se promueve ese vínculo tan sagrado con los santos y las almas del purgatorio, denominado «la comunión de los santos», en la que unos rezamos por los otros.
Tengamos clara una cosa. Un día, cuando Dios disponga, moriremos y habremos de rendir cuentas a Dios. Podrá ser que vayamos al cielo. Podrá ser que tengamos deudas que hayan de ser expiadas que hagan que nuestra alma haya de ser purificada en el Purgatorio. Y existe también la terrible posibilidad, Dios no permita que nos ocurra, y María Santísima interceda por nosotros para que no suceda, de la condenación eterna. y nuestra alma ha de ir al Purgatorio, cierto que estará salvada y con esa seguridad que entrará en la gloria eterna. Pero no podrá hacer nada por ella misma, sino que tendrán que ser los vivos de este mundo quienes lo hagan, ofreciendo por ella oraciones, sufragios, y todo tipo de obras buenas. Haremos bien en hacerlo también nosotros por las almas que ahora están esperando entrar en la dicha eterna, para ganarnos amigos que el día de mañana intercedan por nosotros, y nos faciliten el camino para entrar a gozar de la felicidad del cielo junto a Dios, María Santísima, los ángeles y los santos.
Por tanto, vuelvo a repetir... NO A HALLOWEEN... SÍ A RECORDAR A LOS SANTOS Y A REZAR POR LOS DIFUNTOS.
By.-R,C.
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