Cuando Benedicto XVI convocó el Año de la Fe,
concluyó con el deseo y la petición de confiar a la Madre de Dios,
bienaventurada porque ha creído, este tiempo de gracia.
Pues bien, en este tiempo de gracia celebramos
hoy esta fiesta tan popular y tan hermosa de la Asunción de la Virgen; y la
vivimos como hermanos en la fe, aprendiendo de María, Madre y amparo de la fe,
a ser hijos agradecidos y fieles a Dios desde una fe firme que nos obtenga la
gracia de participar con Nuestra Señora de su misma gloria en el cielo.
Y para todos nosotros, los que sentimos junto a
nosotros de un modo especial la presencia de María Santísima bajo esa
entrañable advocación de la Virgen de la Cabeza, esta fiesta tiene un tono peculiar
de gozo y alegría, pues la celebramos tres días después de haber peregrinado al
Cerro del Cabezo recordando aquel momento único en el que el pobre pastorcillo
de Colomera Juan de Rivas escuchó el sonar de una campanilla, que le indicó el
lugar en el que la Bienaventurada Reina de los ángeles dispuso establecer su
trono convirtiendo la cumbre de Sierra Morena en un pequeño pedazo de cielo.
Y como
cada año, proclamamos en la Eucaristía este texto del evangelio de Lucas, que
es un maravilloso resumen de la fe de María; quien humilde, se pone en camino a
la región montañosa para felicitar y ayudar a su prima Isabel en los últimos
meses de su embarazo.
Isabel, aquella mujer que proclamó a María
bendita entre todas las mujeres por haber creído. “¡Bendita tú!”, le dice.
“¡Bendita tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!”
Y como cada año, escuchamos esa respuesta de
María. Esa respuesta llena de gracia y de gozo que proclama a voz en grito las
grandes maravillas que Dios va a realizar por medio de Ella.
Y es que el Magníficat, el cántico de María,
viene a ser como un aria dentro de la ópera; en la que la acción se detiene
casi por completo para que podamos recrearnos en ese momento… Este cántico, que
la Iglesia recita también todos los atardeceres en la oración de vísperas, es
un compendio de la historia de la salvación y de la misericordia de Dios con
Israel y con el mundo entero, con los humildes y con los que cumplen su
voluntad.
Hoy os invito a todos, queridos hermanos, a
contemplar a María. A contemplarla triunfante, gloriosa, como la tradición y la
devoción popular nos la han transmitido.
Es verdad que Ella fue una mujer pobre, humilde y
sencilla, sí, cuya mayor riqueza fue tener a Jesucristo. Pero hoy quiero que la
veamos “a lo grande”, como la Reina enjoyada con oro de Ofir, como la Mujer con
la corona de doce estrellas y la luna a sus pies… Os invito a mirarla en su
camarín del Barrio Alto, con su corona, sus mantos y joyas, mostrándonos así
como Dios, como una especie de última profecía para todos nosotros, la ha hecho
participar del triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, que un día será
aniquilada totalmente.
Hoy es un día, por tanto, para alegrarnos, porque
la Asunción de María evoca la trayectoria de esta mujer creyente que con su
calidad humana enriquece la fe del pueblo de Dios.
Pidámosle, pues, que en todos resida hoy su alma
para glorificar al Señor, y que en todos resida su espíritu para exultar en
Dios, que ha mirado la humillación de su sierva, provocando que de esta manera
la felicitemos todas las generaciones, ya que el Altísimo ha hecho obras
grandes en Ella.
By.- R,C
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