Pero muchas veces nos olvidamos de todos aquellos que aún caminan entre el cielo y la tierra. De aquellos que tienen deudas pendientes con nuestro Señor y que por ello, no han podido entrar en el Reino de los cielos para gozar de la gloria de los santos: las almas del Purgatorio.
Estas benditas almas son almas santas, que se han salvado, que pueden ayudarnos. Pero a las que también nosotros podemos ayudar a alcanzar la paz del descanso por medio de nuestras oraciones, nuestras limosnas, nuestros sufragios…
Y la Santísima Virgen María es también la Reina de estas almas. Ella es la que, principalmente, con su intercesión materna, día tras día ruega por ellas a su Divino Hijo para que las libre de esa “prisión temporal” que están padeciendo a consecuencia de sus debilidades mundanas. A Ella debemos pedir constantemente y, de un modo muy especial en este mes de noviembre, el mes de las ánimas, por el eterno descanso de todos los difuntos.
Me voy a permitir hacer aquí una reflexión personal, que ninguno está obligado a creer y la cual someto desde este momento a la doctrina de la Iglesia católica, y es que si María Santísima se ha aparecido tantas veces para consolar a sus devotos en este mundo y provocar su conversión, cuántas veces no se aparecerá, misteriosamente, a esas benditas almas para confortarlas en ese estado en el que se encuentran, purgando sus deudas, y darles ánimo mientras esperan el feliz y ansiado momento de poder encontrarse con Ella en el cielo, junto a nuestro Señor, Rey de Reyes, sentado a la derecha del Padre Eterno en unión con el Espíritu Santo.
Pensemos en aquellos que nos han dejado. En nuestros familiares y amigos difuntos. Nuestra esperanza es que gocen ya de la gloria eterna. Pero a lo mejor pueden estar esperando en esa antesala del cielo que es el Purgatorio. Una de sus mayores torturas puede ser el no poder contemplar la imagen de María Santísima de la Cabeza, y estar anhelando el deseo de ver el auténtico rostro de la Madre de Dios en el cielo. Seguro que si Ella se les aparece en ese estado de penitencia en el que se pueden encontrar, será como un bálsamo, una caricia maternal que consuele y dé fuerza para soportar esos momentos que faltan hasta el encuentro definitivo con la que ha sido su devoción en esta tierra y a la que han cantado con un corazón sincero.
Por ello, nuestra obligación también es, como cristianos y devotos, pedirle constantemente a la Santísima Virgen María que interceda por las almas del Purgatorio, para que disfruten para siempre de la presencia de Dios y allí, en el cielo, del que su ermita del Cerro de la Cabeza y su parroquia de San Francisco es una antesala, del que la Romería y la fiesta del Segundo Domingo de Mayo es un aperitivo, puedan celebrar la Romería que no tiene fin, puesto que habrán alcanzado su meta: el cielo y gozar para siempre de la gloria de Dios.
By.- R,C
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