Cuando parece que los calores estivales quieren darnos una tregua, elevamos nuestros ojos al cielo donde habita, gloriosa, la Santísima Virgen María, que ha sido asunta a lo más alto del cielo.
En ELLA vemos a esa mujer de la que nos habla el libro del Apocalipsis. Una mujer vestida de sol, con la luna a sus pies, y con una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Por eso, en esta solemnidad de la Asunción, se cumplen de un modo especial las palabras que la Santísima Virgen María profetizo en el evangelio: “Desde ahora me felicitaran todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí”
Y es que, ciertamente, Dios ha hecho obras grandes en María: Desde siempre pensó en Ella para ser la Madre de Jesucristo. Por eso la hizo Inmaculada en su concepción, y no permitió que la sombra del pecado manchase jamás su purísima alma. Ella, estuvo al lado de su Divino Hijo en los momentos más señalados de su vida terrena. Estuvo presente – como es lógico- en su nacimiento en Belén; pero también estuvo junto a Él en los amargos momentos de su pasión y muerte en la cruz. No se le ahorro ninguna amargura ni sufrimiento. Por eso, es natural, que Aquella que acompaño durante esta vida a Nuestro Señor y Salvador participase también de su triunfo glorioso.
Es por eso, que el pueblo siempre creyese que la Virgen María fue asunta a los cielos, y esta creencia, que forma parte de la Sagrada tradición, fuese proclamada como Verdad de Fe en el año 1950 por S.S el papa Pio XII quien proclamo solemnemente el Dogma de la Asunción de la Virgen María a los cielos; afirmando que “la Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, terminado el curso de su vida terrena fue llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Que quiere decir esto, como afirmo el papa San Juan Pablo II que “Mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al final del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio”.
Así pues cada vez que miramos el camarín que custodia la Sagrada Imagen de la Virgen de la Cabeza, estamos viendo representado el cielo con los coros de los Ángeles en el que María, ocupa un lugar preeminente: El primer lugar después de Dios.
By.- R,C
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