El día 8 de diciembre celebramos por todo lo alto la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, patrona de España y profundamente enraizada en la vida cristiana de nuestros pueblos. Es una de esas celebraciones que ha marcado nuestra historia, nuestra cultura y la fe de generaciones enteras; un día de luz en medio del Adviento, un día que nos recuerda que Dios siempre prepara el camino para la salvación.
Cuando contemplamos a la Virgen Inmaculada, no miramos una figura lejana, sino a una mujer real, de carne y hueso, que vivió en un lugar pequeño, en una familia sencilla, y que se fio totalmente de Dios.
Hoy proclamamos que María, desde su concepción, fue preservada de todo pecado, que es la llena de gracia. Esto no la hace diferente de nosotros para alejarnos, sino para mostrarnos lo que Dios sueña para la humanidad: un corazón limpio, libre y disponible para amar.
España ha sido siempre tierra mariana: nuestras plazas, ermitas, procesiones y tradiciones están llenas de rostros de María. La Inmaculada está en el arte, en la música, en las oraciones que aprendimos de niños, y en tantos pueblos donde hoy se celebra con especial cariño.
Hoy no celebramos solo un dogma, sino una herencia espiritual que nos une como pueblo creyente. La fe de nuestras abuelas, las promesas en las romerías, los rosarios rezados en familia, todo eso sigue vivo.
Y es que en un tiempo como el nuestro, donde tantas veces percibimos ruido, tensión social o falta de esperanza, la figura de María nos recuerda que Dios actúa desde lo pequeño, desde lo humilde, desde lo que parece insignificante. Y que la gracia —la presencia viva de Dios— es capaz de renovar cualquier realidad humana.
Porque, mirad, a veces podemos pensar que este privilegio de ser Inmaculada aleja a la Virgen María de nosotros, como si fuese una criatura casi imposible de imitar. Sin embargo, es justo lo contrario. Es lo contrario, porque la Virgen María es el modelo de lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros: liberarnos del peso del pecado, sanarnos por dentro, devolvernos la belleza original que Él soñó para su creación. Por eso mismo la Virgen María no es distante; al contrario, es cercana, es Madre, es compañera en el camino de la fe. Ella nos recuerda que Dios sigue actuando, que la gracia es más fuerte que el pecado, que la luz vence a la oscuridad.
En nuestros pueblos, donde la vida se teje entre familia, trabajo, tradiciones y relaciones cercanas, María se hace especialmente presente. Ella sabe de sencillez, de silencio, de labores cotidianas; sabe de alegrías y también de preocupaciones. Es una mujer del pueblo, una mujer creyente que dejó que Dios entrara en su vida.
Celebramos su Inmaculada Concepción en un tiempo en el que a veces sentimos que el mal y la división ganan terreno: conflictos, falta de entendimiento, prisas que nos alejan de lo esencial. María nos recuerda que Dios sigue actuando, que la gracia es más fuerte que el pecado, que la luz vence a la oscuridad.
En este día, podemos aprender tres cosas sencillas:
Confiar en Dios: Como María, dejarnos conducir por Él aunque no entendamos del todo su plan.
Cuidar el corazón: La pureza de María no es solo ausencia de pecado; es plenitud de amor. También nosotros estamos llamados a cuidar nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras actitudes.
Decir “sí” en lo pequeño: Dios no pide cosas extraordinarias, sino disponibilidad. Cada gesto de bondad, de perdón, de servicio, es un “sí” que transforma el mundo.
Su “sí” abrió el camino a la salvación. Y en medio de nuestros problemas reales, nuestras luchas diarias, nuestros proyectos y cansancios, también el Señor nos invita a decir un “sí”. Aunque seguramente sea un “sí” más discreto, más humilde, pero un “sí” igualmente necesario. Un “sí” en la familia, en el trabajo, en el trato con los demás, en el compromiso por los más frágiles, en la vida de la parroquia. Un “sí” que haga presente a Dios en nuestro entorno.
Que en este pueblo, donde tantos han rezado a María generación tras generación, podamos seguir acudiendo a ella con confianza.
Pidamos hoy a la Virgen Inmaculada, patrona de España, que cuide de nuestro pueblo y de todas las familias; que acompañe a los jóvenes que buscan su camino y a los que no encuentran sentido a su vida; que sostenga a quienes sufren y a quienes trabajan por el bien común; y que nos ayude a mantener viva la fe sencilla, alegra y profunda que tantas generaciones han transmitido.
Pues que María nos enseñe a decir cada día: “Señor, aquí estoy. Cuenta conmigo”; y que nos ayude a mantener viva la fe sencilla, alegra y profunda que tantas generaciones han transmitido.
By.- R,C

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