Pocos días antes de sus sufrimientos en cruz, Jesús entró en la ciudad de Jerusalén en medio de alabanzas y de la popularidad de la gente. Su entrada a Jerusalén no fue por casualidad ni por capricho de Jesús. Sino que Él lo hizo para cumplir la voluntad perfecta de Dios. La entrada de Jesús montando un borrico había sido profetizada en las Escrituras. Aproximadamente quinientos años antes de que Él naciera, el profeta Zacarías escribió: “He aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”.
Para cumplir con lo dicho por el profeta, Jesucristo entró montado sobre un asno. Él como Hijo de Dios, pudo haber entrado a Jerusalén de la manera más fastuosa, pero para cumplir con la Palabra de Dios se humilló a sí mismo entrando sobre un borrico.
De la manera más humilde, Jesucristo no sólo entró a Jerusalén montando un asno, sino que también fue obediente hasta la muerte para salvarnos, cumpliendo así con la voluntad del Padre. El que haya entrado sobre un asno pone de manifiesto su humildad. Pudo haber entrado en la ciudad acompañado de una hueste de ángeles y con gran sonido de trompetas, pero entró humilde, y cabalgando sobre un asno.
Pero muchos de los que aquel día lo aclamaban, serán los que griten furiosos a Pilato, exigiéndole que lo crucifique….Sin saber todo lo que Jesús ha hecho por ellos, ni siquiera lo que va a significar para el futuro ese deicidio que están dispuestos a cometer a toda costa. Ese Jesús, que entra manso y humilde montado sobre un pollino, y que va a morir en la cruz; es el mismo que unas horas antes habrá lavado los pies a sus discípulos, y habrá convertido el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, como un anticipo, un preludio de lo que está a punto de suceder a partir de ahora….
Porque este Jesús, es azotado cruelmente… Sus carnes inmaculadas son desgarradas por látigos en una interminable flagelación tortuosa. Su cuerpo, como si de un asesino se tratara, es atado a una columna y castigado sin piedad. A ese Jesús, que a base de golpes se va desangrando lentamente, podemos elevarle desde lo más profundo de nuestro ser esta oración:
¡Oh mi Buen Jesús!, que fuiste golpeado, atado en la columna y flagelado. Tú que pasaste por el suplicio del tan Gran Dolor, para el bien de los hombres y el perdón de sus pecados. ¡Oh Señor! Tú que fuiste despojado de tus vestiduras y fuiste vestido con un manto de púrpura. ¡Oh Señor! Por las muchas burlas que tu Santísima Persona recibió, Señor, dame la gracia necesaria para no volver a pecar, a fin de que pueda gozar contigo en el Cielo, a la hora de mi muerte. Sé siempre mi Guía y mi Salvaguardia. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Y así, magullado, ensangrentado de pies a cabeza, gateando incluso, pues ya casi ni fuerzas le quedan, es puesto de pie y coronado de espinas y cargado con una pesada cruz sobre sus hombros. El Nazareno, con su sangre roja como una rosa manchando sus vestiduras, comienza su camino hacia el Calvario, para consumar nuestra redención. Cómo dijera el gran Tirso de Molina:
Dulce Señor, enamorado mío,
¿adonde vais con esa cruz pesada?
Volved el rostro a un alma lastimada
de que os pusiese tal su desvarío.
Y así, en este camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos…. También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, quien bien seguro lloraría lágrimas de sangre ante tan cruel espectáculo; y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se transmiten. Así, en la Pasión, vemos a María que acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora. La vemos como una Madre Dolorosa, como Señora de la Soledad, que sabe que su dolor es profundo pero no inútil; puesto que abrazando a su hijo, manchando sus purísimas manos en su cara ensangrentada, está tocando al grano de trigo que al morir da mucho fruto.¿adonde vais con esa cruz pesada?
Volved el rostro a un alma lastimada
de que os pusiese tal su desvarío.
Y llegamos al Calvario… Los verdugos preparan la cruz. Y mientras tanto, nuestro Divino Salvador, sentado sobre una piedra, espera pacientemente el momento de su suplicio, de su sufrimiento, de su muerte… ¿Qué estará pasando en estos momentos por su cabeza?¿Pensará en cada uno de nosotros, por quienes va a derramar hasta la última gota de su Sangre?¿Pensará en los desprecios que a lo largo de los siglos se han hecho de su sacrificio y de todo lo que ha padecido por nosotros?¿Sufrirá en su interior, pensando en tantos hombres que no querrán aceptar el amor infinito que Él nos ofrece gratuitamente y dicen no al modo de vida que Él nos presenta como camino de Vida?
Así, los vemos clavado en la cruz, sufriendo, asfixiándose y desangrándose poco a poco, notando como la vida se le va escapando por sus llagas sagradas…¿Cómo se sintió Jesús en su cruz?¿Cómo era su soledad y su vacío interior, que le hizo gritar “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado??. Y es que Jesús, en aquel momento, se sintió solo, herido de muerte, roto hasta el alma. Tentado por aquellos que le insultaban y le retaban a que bajara de la cruz para demostrarles que era el Mesías… Pero esa no era su forma de actuar. Su forma de actuar era distinta. Lo suyo no era el espectáculo, sino la misericordia.
Pero podemos preguntarnos si Jesús en aquellos momentos estaba realmente solo…. Jesús no sentía la presencia del Padre, pero el Padre estaba con Él; no percibía su cálido abrazo, pero el Padre lo estaba abrazando más que nunca; Jesús no escuchaba sus susurros de ánimo, pero el Padre no dejaba de decirle, misteriosamente, que Él era su Hijo predilecto; no veía las lágrimas que brotaban de los ojos de Dios, pero el Padre lloraba con un llanto inconsolable…. Y es que el Padre estuvo junto a Jesús en el momento de la cruz.
¿Dónde está Dios?, preguntamos en nuestras “muertes”, cuando hay un terremoto, un tsunami o una catástrofe natural, cuando tenemos una desgracia o un accidente, cuando nos cae la pesada losa de la enfermedad. ¿Dónde está Dios? Nuestro grito es tan fuerte, tan repetido que quizá no dejamos lugar para la voz de Dios. Pero si escucháramos bien tal vez oiríamos, llegaríamos a ver, que Dios no nos abandona en los momentos de dificultad, sino que sufre con nosotros más que nosotros, que nos anima más que nunca, que nos abraza, misericordiosamente, con mayor ternura, que nos consuela con mayor amor. No estamos solos. El Padre hace camino con nosotros en nuestros difíciles caminos.
Y muerto Jesús, es bajado de la cruz….Esa escena nos representa a un perdedor…. Pero este hecho es la evidencia de que el amor triunfa y de que la salvación se realiza así, como Dios dispone, y no como queremos disponer nosotros; pues este Jesús, aparentemente fracasado, va a ser sepultado, pero por poco tiempo. No es pues, de extrañar, que el Papa Juan Pablo II dijera que el Santo Sepulcro “es el lugar más sagrado del mundo. Este sepulcro vacío es el testigo silencioso del acontecimiento central de la historia humana”. Y es que Cristo resucita al tercer día, y nos llama a contraír un mundo nuevo, basado en lo que Él practicó: el servicio gratuito y desinteresado, la entrega total y el amor universal e ilimitado.
De este modo, nosotros, sus seguidores, sus discípulos, debemos saber que triunfar en cristiano es ponerse de parte de los perdedores y de los que son pisoteados y excluidos; y también, de que amar en cristiano es darse, entregarse, partirse el pecho por los demás, poner la otra mejilla, o sea, devolver bien por mal, amar a los enemigos, perdonar y trabajar par que los derechos humanos se realicen…
¡Señor Jesús, Cristo Resucitado,
vencedor del pecado y de la muerte!
Aquí me tienes contemplando tu gloria,
adorando tus llagas benditas,
que me enseñan todos tu amor.
He oído tus primeras palabras: “!Paz a vosotros...!
Como el Padre me envió, así os envió yo ...”
Dame tu paz, esa paz que viene de tu perdón
y hace nueva y feliz mi vida.
Hazme instrumento de tu paz.
Que yo la vaya sembrando a mi alrededor.
Regálame tu Espíritu de Resucitado,
para que me sienta enviado a ser tu testigo
y trabaje con alegría para hacer mejor el mundo.
Dile a tu madre que me ayude.
Te lo pido con todo mi corazón,
A ti, que eres Dios y vives y reinas
Por los siglos de los siglos. Amén.
vencedor del pecado y de la muerte!
Aquí me tienes contemplando tu gloria,
adorando tus llagas benditas,
que me enseñan todos tu amor.
He oído tus primeras palabras: “!Paz a vosotros...!
Como el Padre me envió, así os envió yo ...”
Dame tu paz, esa paz que viene de tu perdón
y hace nueva y feliz mi vida.
Hazme instrumento de tu paz.
Que yo la vaya sembrando a mi alrededor.
Regálame tu Espíritu de Resucitado,
para que me sienta enviado a ser tu testigo
y trabaje con alegría para hacer mejor el mundo.
Dile a tu madre que me ayude.
Te lo pido con todo mi corazón,
A ti, que eres Dios y vives y reinas
Por los siglos de los siglos. Amén.
By.- R,C