Hoy han sido beatificados tres ruteños, Mariano Fernandez-Tenllado, Antonio Molina y Lorenzo Perez Porras mártires de la persecución religiosa durante la guerra Civil.
Hoy tres ruteños suben a los altares, como ejemplo de su amor a Dios y a los demás, no en vano, murieron perdonando a sus asesinos. Que no pase este día, sin que al menos, dediquemos un minuto a honrar su memoria.
Antonio Molina Ariza.
Sacerdote (Rute, Córdoba, 16 agosto 1904 - Hornachuelos, Córdoba, 12 agosto 1936, 31 años)
Era el menor de los siete hijos de un matrimonio que le proporcionó desde la más tierna edad una esmerada educación cristiana. Sus padres se llamaban Francisco de Paula Molina Rueda, empleado, y María del Carmen Ariza Mangas. Le bautizaron en la Parroquia de Santa Catalina de Rute dos días después de nacer. Aquí fue confirmado por Mons. Guillamet el 30 de mayo de 1916.
Cumplidos los 11 años, solicitó el ingreso en el Seminario de San Pelagio por sentirse “llamado por Dios al ministerio sacerdotal y desea comenzar sus estudios a este fin y, como pobre, en la preceptoría”. Su párroco informa sobre él que “observa ejemplar conducta, asiste a la Santa Misa y fiestas religiosas, frecuenta los Santos Sacramentos y muestra en todos sus actos verdadera vocación al estado sacerdotal a que aspira”. Tras ingresar en el Seminario y concluir sus estudios eclesiásticos con buenas calificaciones y bajo la atenta formación espiritual del beato mártir José María Peris, recibió el presbiterado el 11 de junio de 1927.
Su corta e intensa vida sacerdotal tuvo como único destino la Parroquia de Santa María de las Flores de Hornachuelos, primero como coadjutor y luego como párroco. Tras unas cortas vacaciones familiares, tomó posesión de la misma el 1 de julio de 1927. Desde el primer día se convirtió en un excelente auxiliar del párroco don Lorenzo Pérez Porras (también mártir), quien dirá de él que “es sacerdote de buenas y ejemplares costumbres”. Aparte de su colaboración en el ministerio parroquial y la catequesis, preparó las oposiciones de curatos en 1928, eligiendo la misma Parroquia de Hornachuelos para su posesión. En el momento de su muerte dedicaba todas sus energías pastorales a predicar, al Catecismo, asistir a los enfermos, etc., con la valiosa colaboración de la beata mártir Victoria Díez (miembro de la Institución Teresiana y maestra en Hornachuelos) y un buen grupo de jóvenes que integraban la Acción Católica local.
Hay que hacer constar que ya en 1934 fue provocado un incendio en la Parroquia, que destruyó el Sagrario, un retablo y algunas imágenes. La única respuesta de don Antonio ante estos hechos fue el perdón, y lo hizo en público.
Sus últimos días corren parejos y unidos con los de esta beata mártir. El 20 de julio de 1936, cuando don Antonio se preparaba para salir a celebrar la Misa, se oyeron los primeros disparos en el pueblo, donde dos días antes se había declarado el comunismo libertario. Al sonar unos golpes de llamada en la puerta principal de la iglesia, don Antonio sacó el Santísimo Sacramento del Sagrario, lo puso en el copón que solía usar para viático y huyó con él hacia su casa. En el mismo portal, de rodillas, él y otras mujeres, entre ellas Victoria Díez, lo consumieron. Al poco rato llamaron a la puerta y don Antonio fue detenido por varios miembros del Comité Revolucionario.
Tras 22 días de prisión improvisada en una casa, en la madrugada del 12 de agosto de 1936 lo sacaron por un callejón trasero junto a 17 personas más. Iban atadas de dos en dos y con ellos iba también la beata mártir Victoria Díez. Les hicieron andar 12 kilómetros por descampados, acosados con amenazas y malos tratos de sus verdugos. El grupo se detuvo junto a uno de los pozos de la Mina del Rincón. Tras pasar por la burla y el escarnio de un tribunal improvisado, el veredicto dictado fue unánime para todos: pena capital y ejecución inmediata.
Junto a la boca de la mina había una piedra alta sobre el brocal del pozo. Sobre ella fueron colocando a las víctimas para que, al recibir la descarga de fusilería, la inercia y el peso del cadáver los hiciesen caer al fondo. Don Antonio fue uno de los últimos, y antes les dio la absolución a sus compañeros.
Tras extraer los restos de todos ellos, el cuerpo de don Antonio fue inhumado en el Cementerio de Hornachuelos y posteriormente trasladado a una capilla lateral de la Parroquia.
Mariano Fernández-Tenllado Roldán.
Sacerdote (Rute, Córdoba, 8 noviembre 1895 - Posadas, Córdoba, 23 julio 1936, 40 años)
Nace
en el seno de una familia muy cristiana, con un tío materno sacerdote
en la Diócesis de Jaén: don Estanislao Roldán Mangas. Sus padres fueron
Ruperto Fernández-Tenllado Aguilar, maestro de Primera Enseñanza, y
María Dolores Roldán Mangas. Su tío sacerdote le bautizó a los dos días
de nacer en la Parroquia de Santa Catalina Mártir de Rute. Fue
confirmado el 3 de junio de 1916 en la Parroquia de San Francisco de
Asís de Rute por Mons. Ramón Guillamet y Coma.
Don Mariano sintió
la vocación al sacerdocio desde pequeño, pero su padre quiso que
hiciera antes sus estudios de bachillerato en el Instituto de Cabra y,
alentado por su tío sacerdote, ingresa en el Seminario de la Inmaculada
Concepción de Jaén en 1914, siendo un seminarista ejemplar.
Al
año siguiente, con 19 años, se traslada al Seminario de San Pelagio de
Córdoba. Su párroco informa de él durante su tiempo de vacaciones: “Ha
observado buena conducta moral y religiosa, frecuenta semanalmente los
santos sacramentos de confesión y comunión, y vestido honestamente”. La
media de sus notas fue de sobresaliente. Recibe el presbiterado el 29 de
mayo de 1920, a los 25 años de edad. Completó su formación asistiendo
al Congreso Mariano Hispano-Americano de Sevilla y al I Congreso
Nacional de Misiones de Barcelona (1929).
Su primer destino
pastoral es la Parroquia de Santiago Apóstol de Iznájar, caracterizada
según su párroco por su “indiferentismo”, a la cual servirá durante un
año. En 1921 pasa a la Parroquia de San Francisco Solano de Montilla, en
la que da testimonio de “fiel cumplidor de sus ministerios”, según
informe del cura regente. Es llamado a filas en septiembre,
incorporándose a la Segunda Compañía de Sanidad Militar de Sevilla,
permaneciendo allí sólo tres meses.
Después del servicio militar,
se incorpora a su Parroquia de San Francisco Solano en Montilla. Al
mismo tiempo comienza a agravarse su estado de salud con dolencias
arrastradas desde su juventud: cólicos nefríticos y apendicitis. El plan
de comidas que le ha impuesto el médico le resulta imposible cumplirlo
en Montilla. Por eso solicita al Obispado una coadjutoría en Rute, su
pueblo natal. El Obispado le concede tres meses de licencia en Rute en
febrero de 1923, que se ven ampliados hasta junio de 1924.
A
principios del año 1927 recibe por fin un destino: la Parroquia de Ntra.
Sra. del Rosario de Fuente Tójar. Allí, encuentra “ruinas y más ruinas”
-escribe-: la campana rota, los tejados malísimos, con goteras
innumerables, las paredes pujadas de la mucha humedad; y se pone manos a
la obra.
En esta labor se encuentra, cuando se entera de la
vacante de la Parroquia de San Mateo de Monturque. Concurre a la
oposición y obtiene el curato propio. A fines de 1927 pasa a Monturque,
pero opta como cura propio a la Parroquia de Ntra. Sra. de Gracia de
Montalbán. Aquí presencia las primeras manifestaciones de la Persecución
Religiosa en mayo de 1931.
Tantos traslados acentúan sus
dolencias y por ello pide la dispensa de residencia, la cual obtuvo el
25 de octubre de 1931. Terminado el año, es destinado como Párroco y
Arcipreste a Ntra. Sra. de las Flores de Posadas, donde la situación no
era mejor que la vivida en Montalbán. La correspondencia cursada por su
predecesor al Obispado nos da idea de la situación: “Todos los entierros
se han hecho por lo civil, tampoco ha habido bodas en la iglesia (…) En
la procesión del Corpus de 1931, celebrada en el interior de la
parroquia tuvo Dios, 12 hombres de escolta y otra docena de jóvenes”.
Parece
que don Mariano fue aconsejado por alguien para que abandonara el
pueblo, porque su vida peligraba, pero él contestó: “No dejo a mi
parroquia”. El 23 de julio de 1936 por la mañana irrumpieron en su casa
con hoces y con hachas. “No hagáis daño a mi madre, ni a mis hermanas ni
a mi parroquia”, dijo a los asaltantes. Detenido, fue llevado al
Dispensario de la calle Cautelar, nº. 1, junto con otros presos de la
localidad. Antes de que sus 48 compañeros fueran fusilados, don Mariano
les dio la absolución a todos ellos. Murieron todos a tiros y fueron
rematados a hachazos, incluido él.
Los cadáveres fueron echados
en el carro de la basura y enterrados en una fosa común del Cementerio
de Posadas, donde aún reposan sus restos. Años más tarde se construyó un
panteón de los caídos sobre esta fosa común, con una cruz y una lápida
con el nombre de todos los asesinados en Posadas.
Lo detuvieron y
lo mataron porque era sacerdote y párroco de Posadas. A don Mariano no
se le conocía afiliación política alguna, y nunca habló en público sobre
estos asuntos.
Lorenzo Perez Porras.
Sacerdote (Rute, Córdoba, 5 septiembre 1871 – Puente Genil, Córdoba, 27 julio 1936, 64 años).
Fue Párroco de San Francisco de Asís en Rute habiendo sido consiliario de la Real cofradía de Nuestra Señora de la Cabeza.
By.-A,A Z,J Fuente.- Diócesis de Córdoba
Interesante información. Dios los tenga en su gloria
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