Para nosotros, los españoles, esta fiesta de la Inmaculada es una fiesta especial, puesto que es la fiesta de la patrona de nuestro país, y nos recuerda que en la definición del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, que fue proclamado por el beato Pío IX nuestro pueblo jugó un papel importante y trascendental; puesto que siglos atrás ya se hizo en las universidades españolas el voto de sangre para defender esta cualidad de Inmaculada en la Santísima Virgen María.
Por eso, esta fiesta nos viene a dejar bien claro a todos que, frente a las corrientes laicistas que tan agresivamente se nos quieren imponer hoy día, España tiene y tendrá siempre una dueña, una Reina y Señora: LA INMACULADA, como así lo demuestran los más de 4500 santuarios marianos; sí, sí, 4500 santuarios y ermitas dedicados a la Virgen María, que hay en nuestra vieja piel de toro.
Pero no sólo para los españoles, sino que la fiesta de hoy es, en cierta manera, también la fiesta de todos los cristianos. María aparece como primicia de toda la comunidad cristiana: ella es la primera salvada por la Pascua de Jesucristo; su primera discípula; la primera cristiana; la figura y el resumen de todo lo que la Iglesia quiere ser.
Es más, nos podemos atrever a decir que en ella encuentra motivo de alegría toda la humanidad; porque, con todo lo que se diga, no debemos de ser tan malos cuando uno de nosotros, alguien de nuestra raza, ha sido objeto de la bendición gratuita de Dios, y ha sabido responder con elegancia espiritual a su plan de salvación.
Pero también somos invitados a sacar una consecuencia personal de este misterio: se nos pide una vida santa, irreprochable, vida propia de hijos y herederos. Esta fiesta nos interpela para que también nosotros, desde nuestra vida, sepamos imitar la respuesta de María. Si es la fiesta del “sí” de Dios a la humanidad y del “sí” de María a Dios, debe ser también la fiesta y el compromiso de nuestro decir “sí” a lo que Dios nos pida.
María, la nueva Eva, la que aceptó para su vida el plan salvador de Dios, es nuestro mejor modelo para nuestra vivencia del Adviento y de la Navidad.
Nosotros, evidentemente, no aspiramos al privilegio de María desde la concepción. Pero sí que pedimos participar en la lucha contra el mal, que sigue abierta a pesar de la victoria radical de Cristo. Cuando pasamos a comulgar, o rezamos, es fácil decir “amén”; pero es bastante más difícil decir “amén” en los diversos momentos, también los difíciles y oscuros, de nuestra vida.
Por eso, con confianza, acudimos hoy, cada uno de nosotros, sintiéndonos miembros de la Iglesia, desde nuestro corazón, a la ayuda de la Virgen María, entregándole nuestra vida y nuestro ser.
Bendita sea tu pureza,
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea,
en tan graciosa belleza.
A ti, celestial princesa,
Virgen Sagrada María,
yo te ofrezco en este día,
alma, vida y corazón.
Mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.
By.-R,C
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