Esta primera parte del ciclo pascual, o sea, la Cuaresma, es un tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo que nos hizo hijos e hijas de Dios; tiempo de reconciliación con Dios y con los hermanos. Para ello, la Palabra de Dios nos propone como medios para conseguir estos objetivos las armas de la penitencia cristiana, que son la oración, el ayuno y la limosna. Mediante estas armas, nos prepararemos con para llegar con un corazón limpio a la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo.
La Cuaresma es, pues, un tiempo de gracia para dejarnos reconciliar con Dios; un tiempo de penitencia y de conversión en el que tenemos que rasgar los corazones, y no las vestiduras. Es decir, hacemos penitencia no para que nos vean los demás, sino para que nos vea Dios, que ve en lo escondido. De ahí, entre otras cosas, que en las procesiones penitenciales el nazareno o penitente lleve su rostro totalmente cubierto y no se le permita, en algunos lugares, vestir el hábito de su cofradía sin tapar su cara.
Oración: Hemos de aprovechar este tiempo. Visitar la iglesia con más frecuencia. Asistir a la Misa no solamente los domingos, sino aprovechar también algún día entre semana. Practicar el devoto ejercicio del Vía Crucis. Leer en casa el Evangelio y algún otro libro piadoso que nos ayude a edificarnos interiormente:
Limosna: Compartir con los demás. Compartir con el necesitado. Y no sólo compartir dinero –fruto también de nuestro ayuno y privación, que se trata de lo que no gastamos en comida o en otras cosas, lo demos para que otros tengan–, sino también nuestro tiempo, nuestras personas, acompañando a las personas que están solas, enfermas. A tantos ancianos que sufren la soledad; escuchando a tantas personas que se sienten un cero a la izquierda.
Ayuno: Privarnos de alimento, para compartirlo con el necesitado. Obedecer a la Iglesia en sus normas de no comer carne, aunque nos parezca una tontería; ya que la obediencia es la mayor de las penitencias que podemos hacer. Pero no quedarnos sólo en eso... Ayunemos de más cosas...
¿Y de qué ayunar? Pues por ejemplo, ayunar de juzgar a otros, descubriendo que Cristo también vive en ellos; ayunar de palabras hirientes, y diciendo a los demás palabras que les ayuden y conforten; ayunar de descontentos, y llenarnos de agradecimiento; ayunar de enfados y llenarnos de paciencia; ayunar de pesimismo, llenándonos de esperanza cristiana; ayunar de preocupaciones, para llenarnos de confianza en Dios; ayunar de amarguras, llenándonos de perdón y de optimismo; ayunar de danos importancia a nosotros mismos, llenándonos de atención a los demás... Mirad si podemos ayunar de cosas... Y ayunar de móvil, de internet, de televisión....
Y este tiempo lo comenzamos con el símbolo austero de la imposición de la ceniza; un gesto que subraya la conciencia del hombre pecador ante la majestad de Dios y que nos invita a reconocer nuestra propia fragilidad y mortalidad; una fragilidad y mortalidad que necesitan ser redimidas por la misericordia divina. Por eso que, lejos de ser un gesto puramente exterior, hemos de ver la imposición de la ceniza como signo de la actitud del corazón penitente que cada uno de nosotros estamos llamados a asumir en nuestro itinerario particular. Somos polvo, somos cenizas, pero a través de nuestro encuentro y amistad con Jesucristo somos transformados en criaturas nuevas. Por eso mismo las cenizas no son solo un signo de muerte, de penitencia y de mortalidad, sino también una promesa de vida nueva, ya que la ceniza, como bien sabemos, es un excelente abono, y nosotros necesitamos «abonar» nuestras vidas para celebrar en condiciones la Pascua.
Que estos días de penitencia que comenzamos nos ayuden a elevar nuestro espíritu y a apartarnos del pecado y de todo aquello que pueda poner trabas a nuestro camino de conversión hacia la plenitud de la vida en Cristo.
By.-R,C
No hay comentarios:
Publicar un comentario