Que se abran de par en par las puertas del alma, que se despierte el corazón adormecido, porque llega la Semana Santa, la semana grande de nuestra fe. Las calles se visten de incienso y de cera encendida. Las campanas se desperezan en los campanarios, las cornetas rasgan el silencio y los tambores marcan el compás del recogimiento. Es tiempo de Pasión. Es tiempo de Esperanza.
La Semana Santa es uno de los momentos más significativos del calendario litúrgico cristiano. Durante esta semana, los creyentes de todo el mundo nos unimos para recordar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Un momento para reflexionar sobre nuestra vida, nuestras acciones y nuestros sentimientos. Es un tiempo para reconciliarnos con Dios y con nosotros mismos, y para renovar nuestra fe y nuestro compromiso con la justicia y la compasión.
Cuando la Semana Santa se aproxima, los fieles de toda España se preparan para revivir con fervor los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. A través de las procesiones, las celebraciones litúrgicas y el rezo, nos uniremos en una sola voz para clamar por la misericordia y el amor de Dios. Y entre procesiones, oraciones y recogimiento, junto a Jesucristo hay una figura que brilla especialmente, que es la Virgen María, Madre del Redentor y consuelo de todos los que sufren.
Porque cuando abril se asoma a los balcones, el pueblo se prepara para caminar, junto al Hijo que carga la cruz del mundo, y junto a la Madre que llora en silencio la herida de la espada profetizada. En cada paso, en cada mirada al cielo, se elevan oraciones calladas, promesas cumplidas, lágrimas derramadas por la vida que pesa, por el amor que no muere. Allí está, en lo alto de su trono, llevando en su rostro la dulzura de todas las madres que saben de ausencias y esperas. Su mirada abraza a sus hijos con ternura infinita, como queriendo aliviar el peso de cada cruz que cargamos en el alma.
Y es que bajo su manto, muchos fieles encuentran consuelo ante la cruz del sufrimiento y la esperanza en la Resurrección. Ella, que sostuvo en sus brazos al Hijo muerto, comprende como ninguna otra el dolor de la humanidad, y por eso es faro de esperanza para todos.
Cuando veamos procesionar estos días sus imágenes como Dolorosa –y teniendo en nuestra mente la ya cercana celebración de la Romería al Cerro de la Cabeza y de sus fiestas en Rute-, elevaremos hacia Ella nuestra oración, pidiendo por los enfermos, los desfavorecidos y por la paz en los corazones atribulados. No serán pocos los que, en medio del silencio de la noche o al paso de las procesiones, pronunciarán una súplica íntima: "Virgen de la Cabeza, guíanos hacia la luz de la Resurrección."
Ella es el consuelo del afligido, la fuerza del caminante, la paz del peregrino.
Además, estos días, la imagen de la Virgen de la Cabeza también se convertirá en inspiración para la meditación sobre la humildad y la entrega. Su sencilla figura nos recuerda que Dios se manifiesta en lo pequeño, en lo escondido, y que el camino de la fe es, muchas veces, un sendero de humildad, como el que recorren los peregrinos hacia el santuario. Su imagen de Sierra Morena nos recordará que nuestros ojos tienen que estar mirando hacia el cielo, hacia Dios, que nos pide un cambio de vida. Y su imagen de Rute, recién restaurada, mostrando la belleza y hermosura de sus facciones, nos mostrará cómo la gracia de Dios puede hacer maravillas en nosotros si de verdad nos ponemos en sus manos.
En esta Semana Santa, miremos, pues, a la Virgen de la Cabeza como compañera de camino. Con Ella, el dolor encuentra consuelo, y la espera se llena de esperanza. Que la Morenita bendiga a todos los que, con el corazón abierto, se disponen a vivir estos días santos con auténtica fe.
Que la luz de la fe ilumine nuestro camino, que la paz de Cristo reine en nuestros corazones y que la esperanza de la resurrección nos guíe hacia una vida más plena y más justa.
Y que cuando los cirios se consuman, cuando las marchas se apaguen y los palios y los tronos se guarden, quede en nosotros la llama viva de la fe renovada. Que la Pasión de Cristo no se quede en los altares, sino que se haga vida en nuestras vidas.
Que sepa el mundo que, en este rincón bendito, no solo se procesionan imágenes: aquí se procesiona el alma del pueblo, que llora, que canta, que cree, que espera.
Porque la Semana Santa no es solo un recuerdo, sino que es la proclamación viva de que el amor es más fuerte que la muerte, que la cruz es puerta de gloria, y que Cristo ha vencido para siempre.
By.- Equipo de redacción.
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