
Hace unos días, la Iglesia comenzaba el tiempo de Adviento, un tiempo que abarca los cuatro domingos previos a la celebración de la Navidad, y que tiene como finalidad el prepararnos interiormente a vivir como cristianos las fiestas del Nacimiento de nuestro Redentor.
Por eso, que el Adviento es expectación, vigilancia, una cita que nos recuerda cómo Dios quiere verse con nosotros a ras de suelo, de calle, de caminos...Porque lo cierto es que Dios ya ha venido y ha dejado fecundada la historia con su semilla. Ya no hay quien arranque su presencia. Nadie, por mucho que se lo proponga, podrá ya eliminar el evangelio. Por eso, Adviento es llamada al encuentro de conversión con el Dios de la plenitud.
Nuestra primera actitud, por tanto, tiene que ser la atención, la vigilancia, la espera activa. El problema es que los que están dormidos, distraídos, satisfechos de las cosas de este mundo, no esperan a ningún salvador; y por eso corren el peligro de perder otra vez la ocasión de la cercanía del Señor, que siempre viene a nuestras vidas para llenarnos de su salvación.
Y es que los cristianos centramos nuestra esperanza en una Persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús. Cristo es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas de la humanidad. Tenemos que mentalizarnos que ni la política, ni la economía, ni los adelantos de la ciencia y de la técnica van a salvarnos; sino que es Cristo Jesús el que da sentido a nuestra vida, Cristo, y nadie más, la abre a todos sus verdaderos valores, que no son sólo los de este mundo.
Pero la venida de Jesús, que recordaremos de modo entrañable en la próxima Navidad, no fue un hecho aislado y completo, sino el comienzo de un proceso histórico que está en marcha. La obra salvadora de Jesús se inauguró en la Navidad pero sigue creciendo y madurando hasta el final de los tiempos; y por ello tenemos que abrirnos a Él y estar atentos a su presencia.
Y en este tiempo de adviento siempre encontraremos una ayuda sin igual: la de la Virgen María; pues al comenzar este tiempo de adviento, nos preparamos para celebrar que Dios está para nacer en un pobre rincón de Belén; y en el portal de Belén, junto a la cuna del Niño Jesús, siempre está la Virgen María. Por eso, cuando visitamos a nuestra Morenita en su camarín, vemos que siempre lleva en sus manos la imagen de su Divino Hijo; la imagen de ese Niño que esperamos que nazca en Navidad. Y la verdad es que no podemos entender a María sin su Hijo. Si le quitáramos a nuestra Bendita Madre la imagen de su Hijo, seguro que esa belleza que muestra su rostro se volvería tristeza, su alegría no existiría, pues le faltaría la razón de su ser.
Y es que María Santísima vivió el verdadero adviento y esperó con gran ilusión y alegría la llegada, el nacimiento de Jesús. Por eso, el Adviento es el tiempo de imitar a María, la mujer creyente y de la esperanza; es el tiempo en el que nosotros, al igual que ella, tenemos que sentirnos pobres y humildes ante Dios; es el tiempo en el hombre pobre espera al Señor, rico en misericordia. Es el tiempo en el que debemos sentirnos, de un modo más especial, devotos y cercanos a María, pues su misión es la de llevarnos a Cristo, y en las fiestas de Navidad, recordaremos que Ella nos lo dio a todos como el mejor regalo que la humanidad ha recibido jamás
El adviento es el tiempo en el que el cristiano grita en actitud de oración al Esperado, a Jesús de Nazaret, al Mesías; para que venga y salve a nuestra humanidad. Marana tha, ¡ven, Señor Jesús!
By.- R,C,A fotografía By.- Clemens Pfeiffer
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