Hoy, Miércoles de Ceniza, comenzamos el camino que nos lleva a la celebración de la Pascua del Señor. Un tiempo de gracia y de conversión. Un tiempo para dejar que Dios restaure en nosotros la desfiguración ocasionada por el pecado y nos devuelva nítida la blancura del Bautismo. Basta con que entremos en ella reconociendo nuestro pecado, sabiendo que este es un tiempo propicio para la acción de Dios, pues, como nos decía el apóstol San Pablo en la segunda lectura,
«ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación».
Por eso las lecturas de hoy nos invitan a la conversión y nos dicen cuales deben ser los signos que acompañen nuestro cambio de corazón. Ahora bien, nosotros hemos de poner también de nuestra parte y no hacernos los remolones, dejando para otro momento la invitación que Dios nos hace a cambiar de corazón -a cambiar de corazón para bien, claro está-.
Vamos a fijar, pues, nuestros ojos en Jesucristo. Él tiene que ser el corazón de estos cuarenta días. Fijemos en Él nuestros ojos y encontrarnos con su mirada de amor, y lanzarnos a seguirle, recordando que el protagonista de este tiempo de Cuaresma no somos nosotros ni nuestros esfuerzos, sino que es Dios, la acción de Dios en nosotros, su Palabra que nos guía, su fuerza y su amor que se nos comunica en la Eucaristía y en los demás sacramentos... Y es que la Cuaresma no es un tiempo para hacer cosas
«para Dios», sino para dejar que sea Dios quien las haga en nosotros, para dejar que sea Él quien nos convierta.
Rasguemos, pues, nuestro corazón, y no las vestiduras. Dejemos que Dios cree en nosotros un corazón puro, que nos renueve con espíritu firme, que nos devuelva la alegría de la salvación. Esta ha de ser nuestra principal actitud en este tiempo: la apertura a la acción gratuita de Dios que nos recrea el corazón y nos devuelve la alegría.
¿Y qué tenemos que hacer en Cuaresma?. Pues sobre todo, escuchar más y mejor la Palabra de Dios. La Cuaresma es un tiempo abundante de Palabra mirando a María, pues, como dijo Jesucristo:
«Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Y la tenemos que escuchar especialmente los domingos, llegando puntales a Misa; y también sería bueno que en los días laborables participásemos de la Eucaristía.
La lectura de la Palabra de Dios nos ayudará a reconocernos pecadores, y a escuchar esa voz del Señor que nos llama a la conversión. Seguramente muchos tenéis en desuso el sacramento de la confesión. Pues bien, ahora, en la Cuaresma, es un tiempo bueno para retomarlo y no dejarlo, pues en la Pascua queremos ser personas nuevas, gentes que re-estrenan Bautismo; y esa novedad, sólo la da Jesucristo. Es el momento de acercarnos a la Penitencia, conocida también como el Segundo Bautismo.
Y es importante que tengamos presente que la Cuaresma es un tiempo de la Iglesia. No recorremos este camino solos, individualmente, sino que lo hacemos en comunión. Rezamos juntos, celebramos juntos, nos purificamos juntos, tenemos que abrirnos en amor a los demás.
Cojámonos de la mano de la Virgen María al emprender este camino; pidámosle que interceda por nosotros para que Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino su arrepentimiento, escuche con bondad nuestras súplicas, y nos conceda, por medio de las prácticas cuaresmales, alcanzar el perdón de los pecados y emprender una nueva vida a imagen Cristo resucitado.
By.- R,C