En tiempos del emperador Augusto, se ordeno hacer un censo de todo el mundo, por lo que cada cual debía censarse en el lugar de donde se era original. José, humilde carpintero de Nazaret, emprendió camino con Maria, su esposa, hacia Belén, de donde era natural. Maria estaba embarazada, y a punto de dar a luz; llegados a Belén, no encontraron cobijo en la posada, esta estaba llena. José, con su esposa a lomos de un burrito, decide buscar cobijo. De pronto, como sin darse cuenta, aparecen en un lugar extraño, en una época extraña, en un paisaje nada conocido, con unas gentes que parecen forasteras. José, con su joven esposa a lomos del burrito, recorre las calles estrechas y empinadas de ese lugar, casas pequeñas, blancas, con un tejado raro; va de allá para acá, perdido, desorientado. La jovencita embarazada, comienza a sentir los dolores del parto. José, nervioso, y preso de un inmenso temor, no sabe que hacer. De pronto se encuentra con un hombre, vestido de una extraña manera para el, se le acerca, le comenta su situación, y este hombre, sin pensárselo dos veces, le ofrece su casa. A toda prisa se dirigieron a ella; era una casa pequeña, humilde, limpia, situada en la zona más alta del pueblo. Maria estaba a punto de dar a luz, es depositada con todo cuidado sobre la cama, y la dueña de la casa, va, a toda prisa, a avisar a las vecinas para que le ayuden en la tarea del parto. A las 12 de la noche de una fría noche de invierno, nace un niño hermoso, sano, regordete, saludable. Las vecinas, traen sabanas y mantas para que el niño no pase frío. Al día siguiente, todas las vecinas, ayudan a Maria a coser unos pañales, traen hilo, agujas, tela fina. Los cabreros del barrio ordeñan las cabras para que al niño no le falte leche. Los hombres van a la sierra por leña, para calentar la casa, para que ni la madre ni el niño, pasen frío. Como en la casa no había una cuna, con cintas y romero le hacen una, que se mueva mucho, para que el niño se duerma pronto.
José les dice que es pobre, que no tiene con que pagarles, solo con sus manos de carpintero, a lo que los vecinos les contestan que con eso es suficiente.
A los pocos días, unos artesanos ofrecen al niño anís, mantecados y jamón, como muestra de amor y cariño.
José no tiene casa, y los habitantes del barrio se ofrecen para ayudarle a construir una, en el lugar más llano del barrio, y poco a poco se va construyendo, con mucho cariño, para que sea aposento de la madre y del hijo.
De pronto el coro comenzó a cantar:
“Desde Rute venimos cantando
Desde Rute vamos a Belén,
Desde Rute llevamos al Niño,
Pestiños, buñuelos,
Azúcar y miel “
Desde Rute vamos a Belén,
Desde Rute llevamos al Niño,
Pestiños, buñuelos,
Azúcar y miel “
Juan se despertó de su sueño, estaba en la Misa del Gallo de la Parroquia de San Francisco de Asís de Rute, la Virgen de la Cabeza estaba preciosa, su camarera la había puesto guapísima, el Niño Jesús estaba radiante. Recordó su sueño, y pensó en lo hermoso que hubiera sido que el Niño Jesús hubiera nacido en Rute, en una casa de los cortijuelos. Aquí si hubiera encontrado posada, la mejor habitación de la casa, en vez de ser adorado por pastores lo hubiera sido por caleros y yeseros, El oro, el incienso y la mirra se convertirían en anís, mantecados y chacinas, en una particular Epifanía ruteña.
Pero para siempre, en Rute, en el Llano, tenemos a la Virgen de la Cabeza, que nos ofrece lo mejor que tiene, su Hijo.
By.- Z,J
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